El día 15 de mayo de 2021 participamos en un proyecto formativo de la Asociación Nanouki con la organización de una jornada de infromación y reflexión entorno al consumo cultural. Desde El Silo – Casa de Cultura nos encargamos de programar una introducción al difícil concepto de “cultura” con definiciones muy variadas y muy amplias que configuran unos límites muy difusos. En una de las primeras dinámicas que planteamos con las asistentes preguntamos: ¿a qué términos asocias la palabra “cultura”? Y estas fueron las respuestas:
A continuación pudimos contar con cuatro ponentes desde diferentes ámbitos de la cultura que nos cambiaron la forma de ver la música, los museos, la cultura desde la administración pública o el mundo editorial y del libro.

Como actividad final, después de tanta infromación, establecimos una pequeña mesa de debate abierta en torno a varios textos polémicos que dejamos por aquí, para que el debate continúe:
El verdadero valor añadido de las prácticas culturales se define en el ámbito del individuo, muy lejos de los agregados macroeconómicos o de las variables de renta y ocupación. La verdadera y diferenciada función social de la cultura reside en la capacidad de que la práctica y el consumo cultural generenen los individuos un universo de sensaciones que nos adentranen lo más profundo de la potestad humana de sentir. Los objetivos del consumo y la práctica cultural no pueden limitarse a una mera ocupación del tiempo de ocio sino que significan una senda hacia el desarrollo integral de la condición humana y del aprovechamiento de sus recursos sensoriales. Y en esta dimensión, la práctica cultural no encuentra alternativas posibles. Las intensas emociones que puede desencadenar una sinfonía de Malher, el antes y el después que puede significar la contemplación de una obra de un maestro de la dramaturgia, el zarpazo a las entrañas que puede provocarnos la visión de un cuadro, son algunos de los momentos que nos evidencian la verdadera condición humana, y sólo en pos de esos momentos cabe darle sentido a una existencia. Por esos momentos ya sería justificable que decidiéramos que la cultura ha de ser objeto de la atención colectiva, es decir, de la atención pública, porque reconocemos que todos los individuos deberían tener derecho a esa búsqueda (aunque no esté garantizado el encuentro).
Pau Rausell, Cultura. Estrategia para el desarrollo local.
“Gratuidad en el consumo de productos culturales”. Esto, lejos de hacerla accesible a todo el mundo, contribuye al monopolio de la producción cultural por parte de las clases dominantes, que son las que se pueden permitir trabajar por placer y no por dinero. Si una cadena de supermercados revienta el precio de un producto, no lo está haciendo más accesible. En su consumo directo, sí, ahí está el gancho. pero sabemos que la trampa es que, para hacerlo, revienta la producción expulsando de ella a las pequeñas productoras locales que no tienen medios para el cultivo extensivo y el monopolio. Y favorece, en la práctica, solo a las grandes productoras que usan métodos para el desastre. Eso mismo sucede con la industria cultural. La gratuidad tiene consecuencias, por lo tanto, en el acceso a la cultura. No en su consumo, pero sí en su producción. Lejos de liberar los productos culturales, los discursos, deja su creación en manos de quien se la puede permitir. Libera el consumo, pero secuestra la producción, se la entrega de manera descarnada al capital y la convierte en lujo. “De libros no se vive”, y sin embargo hay imperios económicos organizados alrededor de los libros.
Brigitte Vasallo, Lenguaje inclusivo y exclusión de clase.
En primer lugar, somos conscientes que con la aplicación rígida del marketing en este sector, esto es, enfocarse en producir a partir de las necesidades del consumidor, quedarían fuera muchas expresiones artísticas que son resultado de la manifestación más profunda y sublime de su autor, de seguir con esta idea no estaríamos considerando los posibles fallos del mercado, esto podría tener repercusiones directas en el valor de legado del arte, y podría ocurrir que la producción cultural se centre solo en aquello que demanda la gran mayoría corriendo el riesgo de que algunas manifestaciones artísticas desaparezcan. Por ese lado entendemos la postura de aquellos que abogan por la inclusión del marketing solo después de que el producto está terminado. Sin embargo, conceder esto sería relegar al marketing a tareas secundarias y alejarnos de las necesidades de nuestros consumidores y, con ello de toda lógica empresarial. O sería como aceptar la necesidad de un marketing especial para este sector. Por otra parte, también sería una forma indirecta de decir que el sector cultural no pertenece a los sectores productivos y que, por tanto, no merece ser tratado como el resto de sectores.
José Ignacio Azuela Flores, María José Sanza Pérez y Víctor Fernández Blanco, “El márketing de la cultura y las artes: una evolución”.